Hace unos días, conversando con un colega sobre la coyuntura económica, las dificultades del mercado y la crisis, esgrimió la frase clisé: “La crisis es una oportunidad”, y aunque ya la había escuchado muchas veces, cuando le pregunté sobre la fuente de tamaña afirmación, la respuesta, casi obvia, fue: “¡porque lo dicen los chinos!”.
Días después de esa estimulante conversación, aquel concepto de crisis como sinónimo de oportunidad me seguía dando vueltas en la cabeza. ¿Y si no es así? ¿Y si los chinos están equivocados?
La metáfora de la crisis y la oportunidad se ha utilizado tantas veces y desde hace tanto tiempo en presentaciones empresariales, que es virtualmente imposible rastrear a su autor original.
Lo cierto es que se basa en que, en el idioma chino, la palabra “Crisis” se traduce como “Wei Ji” (危机), conformada por dos ideogramas: “Wei” (危) que significa peligro, y “Ji” (机), oportunidad. Por tanto, y al menos a nivel semántico, para los chinos, crisis = peligro + oportunidad.
Sin embargo, a mi no me resulta tan evidente. No necesariamente son dos caras de la misma moneda. Una crisis no es automáticamente una oportunidad. Para algunos sí, para otros no.
Personalmente, tengo muchos ejemplos de ambos casos, tanto a nivel individual como empresarial.
Conozco personas que han enfrentado sus crisis (algunas realmente intimidantes), con fortaleza e hidalguía y las han superado. En el proceso han aprendido, se reinventaron, y salieron fortalecidos a pesar de los golpes y rasguños. A propósito, a esta capacidad se la conoce como “resiliencia”.
Pero también conozco muchas otras para las que sus crisis fueron demasiado. Quedaron “congeladas”, incapaces de actuar, entraron en depresiones profundas y no pudieron superarlas.
En el ámbito empresarial, también hay innumerables ejemplos de ambos casos. Empresas que frente a la crisis se redefinen, se reinventan, y a pesar de que los procesos puedan ser difíciles y dolorosos, no sólo sortean la crisis, sino que emergen fortalecidas.
También todos conocemos muchas empresas que no superaron las crisis y perecieron. Probablemente haya más ejemplos de éstas últimas que de las sobrevivientes.
Analizando el tema, nos encontramos que las crisis, en el fondo, son cambios que se dan en el entorno. A su vez, los cambios pueden ser profundos y abruptos o pequeños, graduales y casi imperceptibles, pero que al irse acumulando con el tiempo también tienen la potencialidad de transformar drásticamente el entorno.
Como sea, los cambios nos dan miedo, nos aterran. Pero, aunque no nos gusten, son inevitables. Como decía Schopenhauer: "El cambio es la única cosa inmutable".
El miedo generado por los cambios, es una emoción que se caracteriza por una sensación desagradable, provocada por la percepción del peligro, real o supuesto, presente o futuro. Es una emoción primaria, derivada de la aversión al riesgo o la amenaza y se manifiesta en todos los animales, incluido el ser humano. Es un mecanismo primitivo asociado con la supervivencia del individuo. Incluso, llega a reflejarse fisiológicamente a través de contracciones musculares, incremento de la frecuencia cardíaca, y aceleración de la respiración, entre otros.
Claro, finalmente terminamos asociando los cambios al miedo y al malestar que nos generan y como no nos gusta sufrir, nos resistimos.
Ahora, una vez que el cambio es inevitable y se ha transformado en amenaza, la psicología sostiene que tenemos tres posibles formas de afrontarla: luchar, huir o paralizarnos.
Para quienes optan por luchar, toman el control, la enfrentan y si finalmente salen victoriosos, entonces, para ellos sí la amenaza fue una oportunidad. Sólo para ellos. Y llegan los aplausos, las felicitaciones y el reconocimiento por su capacidad de resiliencia.
Las causas de por qué las personas optan por alguna de las tres estrategias, no está muy clara y es menester de la psicología encontrar las explicaciones.
Lo que parece claro, es que las oportunidades en las crisis, sólo se presentan para algunos y de acuerdo a su forma particular de enfrentar las amenazas.
En el mundo empresarial, y como las empresas son dirigidas por personas que toman decisiones, es imposible que las empresas tengan una “personalidad” (si se le pudiese llamar así) muy diferente a la de sus directores.
Cuando la respuesta natural de una persona es luchar contra las amenazas, entonces también es esperable que como director de una empresa tenga un comportamiento similar y, por tanto, esa empresa puede llegar a tener una oportunidad frente a la crisis.
Siguiendo la misma línea de razonamiento, si el director de la empresa tiende a huir o a paralizarse frente a las amenazas, al transferirlo a la empresa, entonces el pronóstico será sombrío.
En la empresa, la amenaza no sólo la enfrenta su director, sino toda la organización. Todos la perciben y les despierta, en dosis variables, aquel coctail de emociones y sentimientos desagradables.
Es un examen que el director, en su rol de líder, debe aprobar frente al resto del equipo. Todos esperan que transmita seguridad, fortaleza y una visión positiva de futuro cimentada en la confianza en sí mismo y en el equipo. Y por supuesto, el resultado de ese examen tiene un efecto multiplicador en el resto.
Cuando en la crisis el líder se percibe indeciso, superado, errático, incapaz de enfrentar la situación, y como consecuencia de su frustración ataca injustificadamente a sus colaboradores, entonces cunde el pánico. A la incapacidad del líder para tomar decisiones se le suma un equipo molesto, desmotivado, con bajo compromiso y que siente que está todo perdido. La combinación perfecta para pronosticar el principio del fin de la empresa.
Al final, los chinos estaban equivocados. Una crisis no implica una oportunidad. En la crisis, sólo aquellos que tengan ciertas condiciones serán capaces de ver el camino de salida. Un camino que será difícil, con muchos recodos y obstáculos y a medida que se avanza, se irán viendo las pilas de muertos que no lo consiguieron acumulándose a la vera del camino.
Al igual que las personas, las empresas también pueden procurarse ayuda en los momentos difíciles. A mayor dificultad, más ayuda necesitará.
Buscar ayuda externa no es una señal de debilidad del líder. Es una demostración de sensatez, de reconocimiento de las limitaciones personales y organizacionales y de hacer algo al respecto. Hay tanto en juego que se justifica pedir ayuda.
Si se siente identificado, pida ayuda. Cuenta con nosotros, contáctese o agende una reunión, ¡podemos ayudarle!
Carlos Gera
Director